Capítulo 4
— ¡Hey!
Abro los ojos. Alguien ha chasqueado los dedos
en frente de mi cara.
— ¿Qué...? —pregunto, confundida.
—Estabas quedándote dormida —me responde una
voz masculina que conozco a la perfección.
—Oh, Toris—me froto los ojos—. Lo siento. Estaba
agotada.
Él se ríe con ligereza.
—Andando, mujer. Te vas a perder el almuerzo.
Toris me tiende una mano y me ayuda a
levantarme. No hay nadie pasando por los alrededores, pero sospecho que varias
personas me han visto durmiendo. Espero no haber puesto cara de muerta.
Toris y yo comenzamos a caminar hacia el
comedor mientras estiro mis brazos hacia arriba y hago que mi mano izquierda
jale el brazo derecho lo más que se pueda. Hago un maullido en el proceso.
— ¿Y por qué con ese sueño?—me pregunta Toris,
como quien no quiere la cosa.
—La simulación de hoy me extenuó —bostezo y
continúo —. Digamos que mis miedos no son fáciles de enfrentar.
Toris hace un sonido de entendimiento. Luego,
me mira y pregunta:
— ¿Cuántos son?
—Pregunta equivocada.
Toris frunce el ceño.
—Vamos, Marina —insiste, pero al verme negar
con la cabeza, cambia de parecer—.De acuerdo, está bien. Pero ,al menos,
cuéntame el de hoy día.
Suspiro.
Bueno, uno.
— ¿Alguna vez...?—comienzo, pero me doy cuenta
que estoy planteando mi pregunta de la forma equivocada. Vuelvo a comenzar—
¿Qué sientes cuando te humillan?
—Hmmm... No sé. Creo que me da gracia.
— ¿Gracia?—pregunto casi gritando— ¿Te da
gracia que digan cosas feas sobre ti delante de mucha gente?
—Blas y Killer siempre me ponen adjetivos
despectivos, y siempre lo dicen
delante de todos…en Osadía, claro ¡En especial Blas! Ese pansycake los grita como si quisiese que media ciudad se enterara.
—Pero eso es diferente. Ellos no lo hacen con
intención de ofenderte...
—Exactamente, mujer. La gente no te ofende.
Uno mismo se ofende.
La forma de razonar de Toris es acertada.
Demasiado acertada para venir de la boca de un
osado.
Ojalá las cosas fuesen tan sencillas como mi
amigo las plantea.
— ¿Es ese tu miedo? ¿A que te humillen?
La voz de Toris tiene un ligero matiz de
preocupación.
—Sí. Pero, claro, en el simulador... en el
simulador se llega a lo peor. No solo me humillan con palabras. También con
golpes.
—Oh, ¿y quiénes lo hacen?
—Mucha gente.
Acabo de decirle una verdad a medias, con la
esperanza de que esta respuesta ambigua lo satisfaga.
Hay algo de ese miedo que no quiero que ni él
ni nadie se enteren...
Para mi alivio, lo hace. Toris asiente con una
sonrisa.
Realmente agradezco que sea él el que esté
evaluando mis reacciones y no Killer. Si bien Toris suele ser muy hablador,
sabe abrir espacios de silencio cuando corresponde.
Caminamos con ese silencio cómodo entre los
dos, mientras que en cada pasillo que
pasamos encontramos más gente y la palabra
va perdiendo su significado.
Más
adelante, Toris habla y me doy cuenta de
que ha estado evaluando mi situación.
—Con respecto a tu miedo...lo que yo haría
sería patearles el trasero a esa gente...
Sé que está hablando en son de broma y me rio,
aunque no debería.
Toris habla mientras lanza su puño hacia
adelante y hace patadas bajas.
—...darles una paliza, unos cabezazos y unas
cuantas patadas. Tal como te enseñé.
Me guiña el ojo.
Ahora recuerdo cuando conocí a Toris.
Fue en la primera fase de nuestra prueba,
cuando los transferidos y los iniciados de Osadía éramos evaluados por
separado.
Aquella
tediosa y brutal fase que implica las peleas, las pistolas y los cuchillos.
A decir verdad, las armas se me daban muy bien
y el descubrimiento de ese nuevo talento hizo que se me inflara mucho el
orgullo, orgullo cuya vigencia no fue muy prolongada.
Me tocó luchar con Vic, una fornida chica de cabello rojo oscuro,
transferida de Verdad, quien comenzó el
primer día de iniciación rellenándose los brazos de tatuajes y los costados de
los labios con piercings. Eso decía mucho de ella: que era orgullosa tanto como
yo y segura de sí misma.
Yo también confiaba en mí hasta que la lucha
entre las dos llegó a su clímax.
Había sabido zafarme de los golpes de Vic y
había logrado moverla, pero ella era más fuerte y con un golpe en la mandíbula
me desestabilizó y pudo arrojarme sus mejores golpes a su antojo.
Supongo que hay una enorme diferencia entre
golpear un delgado cuerpo de erudita y
hacer lo mismo a una mastodóntica musculatura de mujer.
Digamos que me hizo puré.
Becca me arrastró fuera del salón con
dirección a la enfermería luego de la pelea. Mi cuerpo, lleno de moretones, no
lograba mantenerse en pie. En la mitad del camino, Becca no pudo sostenerme al
ser más pequeña que yo y me caí con todo lo largo de mi cuerpo. Becca hizo un
chillido de susto y eso levantó la mirada de la gente que pasaba.
Incluyendo la de Toris.
—Oye, amiga —le dijo a Becca —. Deja esa
alfombra en su lugar.
Enrojecí. Me puse de pie sin importarme las
punzadas de dolor y me volteé a verlo.
La primera vez que miré a Toris, él me parecía
el chico más antipático del mundo.
— ¿Me llamaste alfombra?— escupí la última palabra.
Él sonrió con inocencia y comenzó a bajar las manos una y otra vez,
como disculpándose.
— ¡No te molestes!
Fruncí el ceño.
— ¿Tan mal me veo?
—No—Toris alargó la o —.De hecho, los
moretones te quedan muy bien. Combinan con tu cabello.
Noté que
solo llevaba una camiseta de tiras y que en mi piel blanca los moretones
resaltaban. Parecían lunares morados.
De repente, Toris ya no me caía tan mal. La
ironía es una habilidad que los eruditos aprecian bastante y la suya era digna de honores. Yo ya no era erudita, pero
mi admiración se mantenía en pie.
Lástima que mi cuerpo no.
—Déjame ayudarte —dijo Toris, al ver que mis
piernas comenzaban a desmoronarse de nuevo.
Yo acepté, creyendo que con él y Becca sosteniéndome no me volvería a caer.
Llegaríamos más rápido a la enfermería, si es que Toris nos ayudaba.
Mis pies abandonaron el suelo y estuvieron en
el aire.
Sentí que flotaba.
No, estúpida. Te están cargando.
— ¡Bájame!—urgí.
Becca se reía de forma muy sonora, mientras
Toris hacía caso omiso a mi petición. Yo comencé a patalear en el aire y a
quejarme, tratando de ignorar a las personas que pasaban por ahí, mirándome sorprendidas
o divertidas.
Debí parecer un bebé gritando en los brazos de
su madre.
Toris también lo notó.
—Lo siento, compañeros —les decía a los que
pasaban —.Pero soy padre soltero.
Conocimos más fondo a Toris mientras estuvimos
en la enfermería. Nos dijo que también era un iniciado, pero al ser un nacido
en Osadía no iba a la misma clase de iniciación que nosotras. Toris se ofreció
a enseñarnos a pelear a Becca y a mí
después de cada cena, lo cual ambas aceptamos, agradecidas.
Para ser un osado, me pareció que tenía
aptitudes para otras cosas ajenas a Osadía.
Enseñaba muy bien. Era muy observador con
nuestras falencias y fortalezas, y nos lo decía sin ningún rodeo. Aprendí muy
rápido, aunque eso se debió a mi parte
erudita, que aún sigue con vida.
Supe golpear casi con cualquier
parte de mi cuerpo y a reconocer las habilidades del oponente. A Becca le costó
un poco más.
Mi siguiente contrincante, Rapp, un muchacho
transferido de Cordialidad, era el menos fornido de los hombres, pero no por
ello era fácil de vencer. Era rápido, pero era descuidado al protegerse la cara
y el cabello, que lo tenía largo y con puntas verdes, fáciles de distinguir. Un
rodillazo en la ingle lo dislocó y me fui a la carga contra él. Casi chillé de
la emoción tras ganarle.
Sin embargo, mi última lucha no fue nada
fácil.
Cian era otra chica de la misma contextura de
Vic, por no decir que ambas eran transferidas de la misma facción. Su delicado
cabello negro con mechas azules no se amoldaba a su rostro siempre molesto y a
sus ojos rasgados. Supe que sus debilidades eran mínimas.
Me pareció que ambas estuvimos luchando cerca
de una hora. Yo no me quería rendir, a pesar de que ella me había propinado
unos buenos golpes. Pero lo vi: su cadera siempre estaba expuesta cada vez que
se lanzaba a tirarme el puño. Una tocada de muñeca y un golpe doble desde su
cadera hacia su mandíbula me dieron esperanza. En la cúspide de la pelea, logré
hacerle una zancadilla y ella golpeó en seco con el piso de madera.
Hecha una mora y con una muñeca dislocada,
salí victoriosa.
Tal como me dijo Toris al felicitarme, yo ya
no era puré. Ahora yo era un cucharón, pero todo gracias a él.
CC by 4.0
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