Capítulo 17



Intento mantenerme tranquila. No funciona todo el tiempo.
Los últimos días antes de la evaluación final consisten en conocer de cerca la tercera etapa, la etapa mental de nuestro entrenamiento.  Se trata del Paisaje de Miedo, una simulación de nuestros temores en la que nosotros estamos conscientes. Eso me recuerda la evaluación que me practicó Ella con respecto a mi inconsciencia dentro de las simulaciones, pero basta que el pensamiento aflore en mi mente para que la zozobra inunde mi ser.
Mis amigos y yo intentamos estar cien por ciento concentrados en nuestro Paisaje de Miedo. Si tenemos tiempo de hablar fuera del comedor, analizamos nuestros posibles miedos y aportamos diferentes soluciones para cada uno.
Por otro lado,  también intentamos relajarnos, pero es complicado. Paseamos por la Fosa y bebemos algo, pero sé que nuestras mentes están esforzándose en intuir qué clase de trampa tendremos que afrontar para evitar el fracaso. Pienso en mí, en ellos, en los demás. ¿Qué nos deparará el examen final?
— ¿Qué pasaría —pregunta Toris — si le tuviésemos miedo a las simulaciones?
—Sería un espiral sin fin —opina Killer—.El simulador podría ponernos en una simulación que está dentro de otra simulación, que también se encontraría en una simulación alterna, y así sucesivamente.
— ¿Esa idea la sacaste de uno de tus libros? —pregunta Becca, interesada.
 Estamos apoyados en la barandilla del Abismo, pues es ruidoso y nuestras conversaciones no podrían ser entendidas por cualquiera que esté pasando por los alrededores. El ruido y el agua salpicando me recuerda a mi miedo a ahogarme, por lo que intento concentrarme en otra cosa. Ignoro la respuesta que le da Killer a Becca, y me concentro en lo que está haciendo Blas.
Él es ajeno a nuestra conversación. Se encuentra cerca de nosotros, girando y dando saltitos en una secuencia repetida. En su mano derecha lleva un palo que pienso que es de una escoba y la agita, le da vueltas, la sacude, al mismo tiempo que  se mueve a un ritmo determinado que termina siempre en una vuelta entera de su cuerpo.
Al comienzo, me parece un baile cómico, pero luego cambio de opinión. Su baile es interesante, por la secuencia tan perfecta en la que se mueve.
— ¿Qué haces Blas?—le pregunto— ¿Practicas tu flexibilidad?
Blas se detiene. Está sudado, pero sonríe, entre jadeos.
—No. Lo que hago se llama “danza de la lluvia”.
— ¿Danza de la lluvia?
—Es un baile típico en Cordialidad. Se cree que es un medio para comunicarse con la lluvia y así  mejorar la cosecha.
Toris se da la vuelta. Parece que ha estado escuchando nuestra conversación.
— ¿Para qué haces eso, Femo?
— ¿Por qué crees? Me estoy relajando antes de perder mi cordura —dice Blas. Suena un poco desesperado.
Pensé que él era quien mejor llevaba esta situación, pero parece que me equivoqué.
¿Y te relajas bailando una danza de tu antigua facción? —le pregunto.
—Intento rememorar los momentos cuando las cosas eran  más tranquilas —dice él, con un poco de acidez en la voz.
Me tenso. Toris se encoje de hombros y retoma su conversación con los demás. Yo sigo mirando a Blas o, mejor dicho, en su forma de moverse. Me concentro más en los músculos del cuerpo que él tiene que mover para llegar hacer cierto paso de su coreografía.
Luego de un largo rato, suspiro y me doy la vuelta. Entiendo a Blas: hacer lo que hacías cuando todo era más tranquilo te relaja en cierta manera. Te relaja pero, al mismo tiempo, es un aviso de guerra.



Vuelvo a tener el mismo sueño que tuve hace varios días.
Me encuentro de nuevo en mi habitación en Erudición, limpia, tranquila, cómoda y el sol azulino vuelve a extender sus luces en la ventana. Sin embargo, cuando llego a la parte en que todo se vuelve negro, veo mis prendas y me doy cuenta que sigo usando mis mismas ropas eruditas.
No me esperaba eso.
“Nunca dejarás de ser erudita” replica una voz en el fondo.
Estoy a punto de discutir, cuando siento que alguien me tira al suelo.
— ¡Marina! —grita una voz nueva.
Qué extraño. En Erudición, nadie me llama así.
Quien sea quien esté sobre mi espalda me sacude. El mundo cambia y estoy encima de mi cama, otra vez.
—Deja de dormir —Becca está encima de mí. Me cachetea la mejilla, aunque no lo hace con mucha fuerza.
— ¡Arg, Becca!— digo, mientras me sobo.
— ¡Hoy es el día!
— ¿De qué...?
No tengo que completar la pregunta. Mi mente revolotea en un calendario imaginario guardado en mi memoria, y cuento los días.
Si mi cerebro no me engaña, entonces hoy es el día del examen final.
Boto a Becca de mi cama en un santiamén. Abro el cajón bajo mi cama y busco algo de ropa.
— ¡Maldita sea!—chillo.
Becca se ríe.
—Ni siquiera en tu último día de Iniciada puedes dormir poco.
—Espero no tener un despertador humano de nuevo—replico, falsamente enojada.
Cojo mi ropa y salgo disparada al baño.
Espero estar lista para lo que venga. Literal y psicológicamente.



El olor a licor nos recibe por todos lados.
Nunca he visto tanta gente reunida, por lo que agradezco ser alta y no sufrir de claustrofobia. Becca, sin embargo, no tiene esa misma suerte que yo: al ser pequeña, tiene que dar saltitos para saber qué es lo  que está pasando más adelante y debe cogerse del pliegue de mi codo para no perderse. Yo me tomo el trabajo de buscar a Toris, Killer y Blas entre la multitud, pero el color negro de las ropas y los colores fosforescentes de los cabellos me distraen con mucha facilidad.
Finalmente los veo, muy adelante e interesados en unas enormes pantallas de las que no me había dado cuenta con anterioridad. En una de ellas, veo la imagen de un Iniciado de cabello azul nacido en Osadía en el cuarto del Paisaje de Miedo, sudado y con los ojos  atemorizados. Las otras dos pantallas solo registran los datos, como su frecuencia cardíaca y su tiempo.
Oh, cielos. ¿Todo Osadía verá cómo mi piel se pondrá de gallina y cómo las lágrimas correrán por mis ojos? Lo que acabo de comer de almuerzo comienza a revolverse en mi estómago y siento náuseas. Siento cómo mis manos comienzan a enfriarse. 
Luego de haber empujado varios cuerpos, llego hacia donde están mis amigos. Por la reacción en sus rostros, no están sintiendo nada diferente a mí. Los tres nos miran con la periferia de sus ojos.
—Ya es  hora —pronuncio.
—Ya es  hora —repite Killer.
Becca logra acercarse a Blas y le aprieta la mano. Él sonríe, pero el miedo aflora en sus ojos.  A pesar de todos estos sentimientos encontrados, ninguno de nosotros ha olvidado la amenaza.
— ¿Cuál es nuestro orden? —pregunto.
—Primero, los Iniciados nacidos en Osadía, y luego los transferidos. —responde Killer —.De ahí, es por orden de mérito, del peor al mejor.
Trago saliva. Eso significa que, de nosotros, Toris irá primero y, siguiendo el último ranking, yo seré tercera, después de Becca, y Blas será el último.
El chico de la pantalla se retira, mientras que  aquí, en la sala de cristal, los gritos de ánimo musicalizan el ambiente. Un chico más y Toris será el siguiente.
Él parece que en cualquier  momento se derrumbará.
—Pensé que estarías sentado con los chicos de tu clase —le digo, intentando calmarlo.
—Prefiero estar aquí —me contesta él, con voz temblante.
— ¿Qué pasó con tu hermano? —pregunta Becca.
—Me dio buena suerte, con el resto de mi familia —dice Toris, luchando con las palabras.
Blas le pasa el brazo por el hombro.
—Ánimo, Tor. Lo harás bien —dice Blas, con más convicción en sus palabras que en su mirada.
Yo me acerco a Toris y ciño uno de mis brazos en su cintura.
— ¿Saben una cosa? —dice Becca —Jamás creí que llegaríamos tan lejos.
—Yo tampoco —opina Killer, quien se coloca al otro lado de ella.
Sin pensarlo dos veces, cierro el círculo colocando mi brazo en los omóplatos de Killer. Realmente siento que las actitudes de los cordiales son muy contagiosas.
Nos abrazamos por un tiempo que parece muy largo, un abrazo digno de enmarcar. Pienso en todo, en lo bueno, en lo malo, pienso en el pasado, también, porque es más fácil que pensar en lo que fue y no en lo que vendrá...
El muchacho de la pantalla desaparece.
—Es mi turno—pronuncia Toris.
Deshace el abrazo y va en camino al cuarto del Paisaje del Miedo.
Solo cuando siento la ausencia de su amplio cuerpo, recuerdo la amenaza de Ella.
—Toris...—intento gritar, pero la voz no me sale.
El resto de nosotros y yo nos quedamos mirando cómo Toris desaparece de nuestra vista para luego reaparecer en la pantalla.
A pesar del bullicio y las ovaciones que comienzan a darse, solo soy capaz de escuchar el tamborileo de mi corazón. Miro hacia arriba y todo comienza para Toris.
Al principio, todo es normal, pues veo cómo mi amigo comienza a luchar contra sus miedos que son invisibles para nosotros. Sin embargo, noto algo diferente luego de un rato.
Puedo vislumbrar cómo la piel de Toris está brillando por el sudor, y puedo intuir que le está cayendo a borbotones. Han pasado solo cinco minutos, y Toris se ve pálido y cansado.
Vamos, murmullo, vamos.
A continuación, Toris abre la boca con amplitud mientras se agarra la cabeza con las manos.
Está gritando a todo pulmón.
— ¿Qué está pasando? —pregunta Becca, angustiada.
Veo al resto de mis amigos, y noto que ellos también se hallan alarmados. El resto de la sala continúa  alzando gritos de ánimos.
—Esto no está bien —afirma Killer. La nota de miedo en su voz es notoria.
Quiero salir corriendo y detenerlo todo.
No puedo ver a Toris hacerse más pequeño. Hace más de un minuto que no lo veo luchando.
Pero sé que no puedo. Tengo que quedarme allí y observar sea lo que sea que esté torturando a mi amigo. Su tiempo es mayor a los de aquellos de menor rango, y sólo estoy rogando para que todo termine para él. Si más minutos corren, Toris quedará en último lugar de su clase en esta fase y...es probable que esté  al borde de la expulsión.
Sin embargo, Toris no se rinde.  Finalmente, se pone de pie y golpea, pero veo sus puños movilizarse  de forma torcida. Su cuerpo se mueve en varias direcciones; las lágrimas comienzan a deslizarse por sus mejillas.
Segundos después, su prueba termina.



— ¡Transferidos!
Vemos a Toris encaminarse a la salida del cuarto. Sus pasos no son estables y sospecho que no está  prestando atención  hacia dónde camina.
— ¿Deberíamos hablarle? —pregunta Blas.
Amar nos señala un espacio con  sillas de espera, detrás de donde se encuentran los líderes de Osadía, quienes son los únicos con la autorización de observar los miedos de cada participante a través de un visor lleno de tubos.
No pasamos antes de  ver a Toris salir del cuarto. Dos osados, que reconozco como los amigos de su hermano, lo sostienen.
Toris en verdad se ve totalmente destrozado.
— ¡Tor!—grita Blas — ¿Qué ocurrió?
Toris mueve la cabeza hacia atrás y nos mira. Mueve los labios  pero no escuchamos lo que dice. Un chico alto de cabello castaño y de ojos verdes —Douglas, al parecer—lo coge por delante y se lo lleva, prácticamente cargando.
No soy una buena lectora de bocas, pero me pareció que Toris había dicho “sálvense quien pueda”.
Hemos estado tan enfocados en Toris que ignoramos que la prueba para los transferidos ya ha iniciado.
—Maldita sea, ¿qué le pasó?—pregunta Killer, angustiado.
Becca tiembla con todo su ser. Se apoya en Blas, pero no es suficiente para calmarla.
—Está como ido —opino.
—Bueno, los otros iniciados también salieron así, ¿no? — cuestiona Blas, inseguro.
—Aterrados, sí —comento —Al borde del coma, no.
Me pongo al otro lado de Becca. Mientras tanto, Killer va caminando de un lado a otro.
Becca  desarma su soporte en Blas y me lo transfiere a mí. Acomoda su cabeza en mi hombro y comienza a llorar.
—Marina —me suplica —.Quiero irme a casa.
—Ya no hay vuelta atrás — le digo, tanto para mí como para ella.
El tiempo pasa, haciéndose sentir. Tres transferidos  más son puestos a prueba y finalmente, llaman a Becca. 
Cojo su pequeño rostro y lo contengo entre las palmas de mis manos, haciendo que me mire. Saco fuerzas de donde no tengo y comienzo a hablarle.
—Tienes que ser fuerte, Becca. Te quiero mucho.
La abrazo con muchas ganas  y la dejo ir. Para mi sorpresa, Blas se le acerca con velocidad, la besa  en los labios por unos segundos y la abraza con intensidad. Becca se separa de él de forma muy lenta, mientras recibe una última palabra de aliento por parte de Killer. Cuando se acerca al cuarto, se endereza y camina decidida.
Cruzo los dedos. Después de ella, sigo yo.
No puedo sentarme. Camino como si me atravesaran fibras eléctricas por todos mis miembros.
—Qué tal infierno —dice Killer con algo de burla.
—No tanto como me gustaría —dice Blas.
Estoy tan nerviosa que no entiendo de qué están hablando.
—Era demasiado obvio de que ustedes se gustan.
—Desde hace un buen tiempo.
La emoción sacude mi corazón, pero los nervios se encargan de patearla al segundo en que esta apareció.
Intento ver a Becca por las pantallas. El escenario es casi idéntico al de Toris: Becca no tarda más de un minuto en correr por todos lados, y golpear todo a su paso con desesperación. La veo caer al suelo y gritar con todas sus fuerzas. 
—Mierda —dice Killer con voz frágil.
No puedo  seguir viendo esto.
Apoyo mi cabeza en la pared. Tengo que estar tranquila, me repito una y otra vez, es solo una simulación.
Los minutos transcurren y creo seguir oyendo los gritos de Becca.
Resiste, por favor, me gustaría podérselo decir, resiste por todos nosotros y por ti también.
Pasan unos minutos más, una eternidad más, hasta que las voces de mis dos amigos aquí presentes caen al mismo tiempo.
—Marina.
El nombre que ahora es tan mío que, a pesar de no pertenecerme,  sé cómo su significado cae en mí.
Sé que Becca ha terminado.
Luego de abrazar con rapidez a cada uno de amigos, me dirijo a mi destino. Sin embargo, no puedo evitar mirar cómo Becca sale del cuarto.
Su estado es idéntico al de Toris pero, por lo menos, es capaz de mantenerse de pie sin ayuda. A pesar de ello, Blas pretende ir a ayudarla, pero Killer lo contiene. 
De pronto, Becca se detiene y me mira.
— ¡La simulación....!— grita con las fuerzas que le queda — ¡La simulación está....!
No logra terminar con la advertencia. La multitud osada comienza a absolverla y ella desaparece entre la oscuridad y los colores.
¿Qué pasa con la simulación?
Intento procesarlo y lo hago con tanta concentración que no me doy cuenta de que un líder de Osadía está ya a mi lado.
—Es el momento —pronuncia con solemnidad.
Retiro mi cabello. Él frota mi cuello con una toallita antiséptica e  introduce una aguja en mi cuello y el ardor se siente más feroz en mi sangre que otras veces. Mis venas protestan ante este mal venido líquido en mi sistema, pero no puedo hacer nada. Vuelvo a colocar mi cabello en su lugar.
—Sea valiente— me dice el líder antes de retirarse.
Estiro mis piernas para introducirme  en el cuarto.
Y entonces, la realidad se desvanece.





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