Capítulo 12




Abro mis ojos. 
Lauren está registrando nuestros resultados en la computadora. Becca, por su lado, me dedica una mirada indescifrable.
— ¿Qué...demonios...fue...eso? —me pregunta en voz baja.
Su mirada es mitad miedo, mitad enojo.
—Yo... —comienzo, pero no sé qué más decir. No sé cómo explicarle ese miedo.
— ¿Acaso le tienes miedo a las cosas duplicadas o qué? —Becca sigue cuestionándome, y esta vez siento la amargura en su voz.
—No... Esa fue la forma en que el simulador representa mi miedo. Lo hace todo el tiempo — creo que acabo de  decir cualquier cosa en vez de responderle.
Becca se toca el puente de la nariz y respira con un ritmo regular.
Lauren se pone de pie y nos mira.
—Ya pueden retirarse —murmura—.Fue una buena simulación.
Si por mí fuera, me gustaría que la tierra me tragara. No quiero que Becca me cuestione más sobre el miedo del que ella acaba de ser testigo, y sé que no me dejará en paz hasta saberlo.
En este momento, estoy odiando el hecho de que ella tenga aptitud para mi antigua facción.
Salimos hacia los pasillos, con dirección al comedor para cenar. El silencio que nos acompaña al comienzo de nuestro caminar es pesado y fastidioso, pero sé que no va durar por mucho tiempo.
—Marina —dice.
Qué bien conozco a Becca.
—Dime.
—Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad?
Acerca su mano a la mía y me la aprieta.
Puedo ser capaz de decirle que esto se siente como si me estuviese manipulando para sacarme información.
Pero Becca es mi amiga; sé que no lo está haciendo por eso.
No se lo hago más difícil.
—Me doy miedo a mí misma.
Becca alza una ceja. Parece sorprendida.
— ¿Cómo es eso posible?
—Lo que realmente quiero decir —explico —, es que  me da miedo la parte de mí que no es tan buena. Aquella que puede hacer daño.
Becca reflexiona. Unos segundos después, me dice:
—Tienes miedo de las cosas malas que eres capaz de hacer.
Asiento.  No tengo por qué ocultárselo.
Para mi sorpresa, ella me abraza. No es raro que lo haga: ella ha sido parte de Cordialidad, donde los abrazos son comunes. Es agradable el contacto que se logra a través de ellos, lo que me hace entristecer al pensar en Erudición y la escasa muestra de cariño que los eruditos expresan entre los suyos.
Digo escasa y no nada porque puedo decir que mis amigas eruditas y yo hemos logrado expresar nuestro cariño... de una forma inteligente.
Sé que Becca me abraza porque está preocupada por mí. A pesar de lo agradable de su gesto, este abrazo me hace, de alguna manera, empequeñecer.
—No eres una mala persona, Marina —me dice mientras se aleja poco a poco de mí—.No lo eres.
—A veces lo cuestiono —digo.
Becca me mira con impaciencia.
— ¿Por qué no golpeaste a mi doble?
—Porque sabía que ,si lo hacía, te lastimaría. De hecho, te lastimé.
—Fue un accidente —me recuerda ella —.Y, dime, ¿acaso las personas buenas no son aquellas que prefieren salir heridas antes que lastimar a los suyos?
La imagen mental de Ella me viene a mi mente.
—En tal caso, no siempre he sido una persona buena, Becca. En algún momento lastimé a mis seres queridos.
—Oh, vamos, ¿te refieres a que dejaste Erudición y a tu familia? Si así fuera, la transferencia sería sinónimo de maldad.
—Eso — digo —y....una vez, golpeé a mi hermana.
Le cuento  brevemente el episodio en el que Ella y yo peleamos a golpes.
—Lo hiciste una vez y no fuiste realmente tú quién la golpeó. Te dejaste dominar por la cólera.
— ¿Lo ves, Becca? Cuando me enojo o me entristezco, me desconozco. No soy yo, soy esa Marina que viste llamándome perra.
—Esa Marina no es Marina, es un demonio que toma tu forma para convencerte de que eres mala, pero tú eres tan fuerte que no te dejas dominar por él.
—Ojalá estuvieses tú en mis simulaciones —comento con desdén.
—Sólo eres una persona que vivió situaciones negativas. Una persona con defectos, como cualquier otra.
Pienso en aquello último y dejo que me reconforte. Quiero creer que Becca tiene razón. Quiero creer que no soy una horrible persona. Algo bueno debe haber en mí.
— ¿Ese es tu peor miedo?
—Uno de los peores —le digo.
Si hay algo que me da más miedo que ser mala es la condena que me merecería por serlo.



Llegamos al comedor para la cena y nos topamos con una gran sorpresa.
Nuestra mesa está vacía.
— ¿Dónde están?—pregunta Becca, un poco alarmada.
—Tal vez fueron a algún lado —digo yo, intentando no sonar  tan preocupada.
Supongo que deben estar haciendo cosas de chicos.
—No te asustes —consuelo a Becca—.Seguro que están bien; son fuertes.
Ella me dedica una media sonrisa y nos vamos juntas a recoger nuestra cena, tranquilas.
Nos sentamos con rapidez hacia nuestra mesa para evitar que alguien más la tome,  y nos dedicamos al acto de comer y a conversar animadamente mientras esperamos que nuestros amigos vuelvan de donde sea que hayan ido.
Pero no vuelven. Los minutos se movilizan sin alguna novedad. Becca tamborilea su rodilla con la parte baja de la mesa. No tengo que analizar mucho para darme cuenta que ella quiere ver a Blas de nuevo y, con una milésima menos de urgencia, al resto de nuestros amigos también. Me estoy comenzando a preocupar en serio.
Ya casi hemos terminado de comer y nuestros amigos todavía se hallan ausentes. Estoy a punto de idear un plan con Becca sobre cómo encontrarlos hasta que veo algo inusual en la puerta de entrada.
Un guardia de Osadía está parado ahí.
Sé que es un guardia porque usa uniforme y lleva un largo rifle cargando en su espalda. Es alto, moreno, pero, sobre todo, fuerte y amenazante.
No soy la única que lo nota. Becca y unos cuantos chicos de nuestra clase se han percatado de él también. La zozobra llena el ambiente.
El guardia camina dentro del comedor. Sus zapatos son unas amplias botas que hacen que sus pasos suenen como si sus suelas estuvieran hechas de piedra.
Estoy tan ensimismada en la espeluznante forma en la que se mueve  que no tomo nota hacia dónde va. Solo cuando mi mirada y la suya se cruzan sé la respuesta.
—Becca Bennett y Marina Goya—pronuncia con solemnidad nuestros nombres, escarbando cada palabra —.Tienen que venir conmigo.
 — ¿Qué está pasando?
Lo pensé y no me di cuenta de  que lo estaba diciendo en voz alta. El guardia me mira con desdén.
—Eso lo sabrá cuando me sigan.
Murmullos. Preguntas. Risitas.
Son las únicas cosas  que escucho mientras me levanto y sigo al guardia. Hay movimiento a mi lado, lo que me indica que Becca también está siguiéndolo.  Siento una sensación fría en mi cuerpo; mi propio metabolismo me advierte que no lo siga. Pero, ¿qué me queda?
Escucho un gemido a mi lado. Es Becca: sé que está imaginándose lo peor.
¿Dónde están Killer, Blas y Toris? ¿Acaso este guardia sabe dónde se encuentran?
 ¿Tuvieron algún accidente? ¿Están muertos?
No pienses en estupideces, pienso. Recuerdo que una vez que Toris nos dijo que la muerte eran una situación demasiado común en Osadía...pero ellos son fuertes. Yo misma lo dije, y yo misma debo convencerme de eso.
Entonces, recuerdo cuándo me lo dijo y después de qué.
—Han descubiertos lo de las cámaras —le digo entre susurros a Becca.
Ella se queda muda por un instante.
—Oh, no—atina a decir.
Respiro profundamente, intentando permanecer tranquila, pero sé lo que eso podría significar.
—Tal vez nos estén llamando para interrogarnos por qué lo hicimos.
— ¿Y si nos sentencian con eliminarnos de la Iniciación y nos llevan a Sin Facción?pregunta Becca muy bajo, pero con pánico.
Eso puede pasar. Si es así, entonces Killer va tener que cumplir su promesa de cocinarnos ratas. Quiero reírme, pero no debo. Ir a Sin Facción no es un asunto de juego y  Becca lo sabe a la perfección.
Estoy imaginándome a mí misma, mendigando por las calles con mis amigos, una escena tragicómica a decir verdad, hasta que el guardia  se detiene.
Estamos en un pasillo donde se encuentran las oficinas. Me entran escalofríos: aquí es donde podrían estar los líderes de Osadía, listos para condenarlos.
El lugar donde se ha detenido el guardia está justo al frente de una puerta que también parece ser una oficina, como las otras habitaciones.  El guardia la abre y, a continuación, nos mira.
—Entren—dice, con la misma voz monótona de antes. 
Becca y yo le hacemos caso, sin protestar.
Entramos y la puerta se cierra en automático.
Cuando alzo la mirada hacia al frente, tres cosas hacen “clic” en mi cerebro.
Uno: Ni Killer, ni Blas, ni Toris se encuentran aquí.
Dos: Soy pésima estipulando teorías.
Tres: Hay dos mujeres sentadas en un amplio escritorio, mirándonos.
La respiración se me corta cuando las veo.
Mi mente hace un dejavú al mirar cómo están vestidas estas mujeres. Usan trajes formales de color azul y lentes.
Son eruditas.
Pero, claro, esa no es la razón por la cual siento que el aire me falta.
La mujer sentada a mi derecha parece haber prescindido de la presencia de Becca y su mirada está clavada en mí. Se pone de pie mientras se acomoda su corto cabello negro, y no tengo que adivinar de que se trata de un acto cotidiano para ella.
Ahora, se encuentra frente a mí.
—Ella —digo, con voz muerta.
Y Ella solo puede responder a eso con una palabra.
—Celeste.



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