Capítulo 10
Casi toda mi vida en Erudición me la pasé rodeada de los
eruditos cuyas personalidades encajaban a la perfección con este mundo de
ciencias y números. Con Ella a mis espaldas, realmente pensé que ese mundo era
para mí.
Mis amigos de Niveles Bajos y Niveles Medios
siempre eran aquellos a quienes se le
podía observar la pureza erudita hasta por los poros: todos usaban lentes,
incluso si no todos ellos eran miopes; todos usaban los recreos para hablar más
y más sobre ciencias; todos vestían trajes azules todos los días a la escuela.
Yo también era parte de esa rutina, aunque la parte de los trajes no me lo
tomaba a pecho: la mayor parte del tiempo usaba una falda azul, una blusa
blanca, una chompa de lino celeste, ballerinas azules, unos lentes y una cola
alta.
Esa era yo, tan diferente a mí ahora.
A lo largo que avanzábamos en la escuela, se
notó con claridad que yo era quien más sabía del grupo, yo era la más
inteligente y era, por lo tanto, la mejor promesa. Yo hablaba de ciencias todo
el tiempo y ellos me escuchaban, y aquello me hacía sentir satisfecha.
No está de más recordar que Erudición idolatra
la inteligencia y aquellos que la poseen.
Así de lineal era mi vida erudita hasta que
llegué a Niveles Altos.
Conocer a Eve, a Ana y a Jenny fue una de las
dos cosas que cambiaron mi vida.
A simple vista, parecían eruditas típicas:
Eve, una chica de cabello rubio pajizo, con facciones alargadas pero delicadas
que la hacían ver como una niña de diez cuando era una adolescente de catorce,
tenía cierta inclinación por los libros de Letras, sobre todo, por aquellos que
hablaba sobre la formación de las facciones.
Ana, con su piel oscura, ojos marrones y unos hermosos rizos negros
ensortijados que con su cola puesta caían
a la altura de sus hombros, amaba cualquier tipo libro, aunque sus
preferidos eran los de Psicología, pero también era muy pasionaria con los
experimentos que involucraban la botánica. Jenny era la más común de todas:
siempre andaba con traje, lentes y el cabello marrón que tiraba para naranja
siempre en una cola. Ah, y por supuesto, nunca se olvidaba de traer consigo un
libro o una máquina minúscula con que distraerse.
Sin embargo, cuando tuve contacto directo con
ellas, noté, al menos en el caso de Eve y Ana, que sus vidas no giraban al cien
por ciento en torno a Erudición. Por un rato, hablaban de ciencias, pero por el
otro, charlaban acerca de su vida personal.
Lo especial en ellas era que, incluso de aquello que parece estúpido,
siempre encontraban una lógica, una razón
cuestionable.
Pero lo que nunca me hubiese cansado de
admirar de aquel grupo de chicas fue su
sentido del humor tan elaborado y tan difícilmente diseñado que solo los
eruditos podríamos entender y reírnos hasta decir basta. Tuve que ver todo
aquello para unirme a ellas y alejarme de la popularidad que se había creado en
torno a mi imagen.
No
puedo negar que adaptarme a ellas fue difícil. Aún no había perdido el contacto
total con Ella y el futuro en Erudición, y aún me interesaban las ciencias.
Sin embargo, la inteligencia que como grupo
desarrollábamos era distinta al concepto de
inteligencia que Erudición había diseñado para su facción, al menos en
aquel momento. Ahí, en ese espacio de conversación pequeño formado por cuatro chicas, ser inteligente no significaba
saberse fórmulas y definiciones: era atreverse a experimentar y replantearse
todo lo que ya ha sido escrito, y aplicarlo a nuestras vidas.
Nunca me arrepentí de haberme acoplado a
ellas. A pesar de que en aquel momento era yo la que menos sentido del humor
tenía y menos tendencia a hablar de mi vida personal, no me sentía la menos
sabionda. Mis nuevas amigas eruditas me enseñaron más cosas de las que yo
podría haberme enseñado a mí misma.
La segunda cosa que cambió mi vida fue conocer
a Luhan Delta.
Luhan era uno de esos chicos que está en una
facción y te preguntas cómo diablos nació allí. No era muy bueno con los
postulados científicos, pero sí sabía cómo discutir. El maestro de física le
podía preguntar sobre la velocidad de la luz, y él se las ingeniaba para
zafarse de la pregunta, a veces con desafíos: “¿No se supone que usted debería
enseñarnos eso, profesor?” o, tal vez, “¿Qué de útil tiene eso para nuestra
vida diaria?” Sin embargo, tonto y malcriado no era. Era muy bueno en Letras y
su simpatía podía estar representada en un jarrón de miel.
A veces me pregunto cómo no me di cuenta antes
de la energía que irradiaba su presencia.
La primera vez que se me acercó, me preguntó
si podía ayudarlo a arreglar una de las computadoras de la sala de informática
que él, de forma accidental, había malogrado. Yo lo ayudé, pues no podía
desaprovechar una oportunidad para lucir mis amplios conocimientos
informáticos. Sin embargo, me gané mucho más que un simple gracias de su parte:
desde contarme cómo malogró la computadora pasó a hablarme sobre la escuela y
de nuestros compañeros. Fue muy divertido charlar con él aquella vez, por lo
que nuestras conversaciones se prolongaron para otras ocasiones.
Una de las primeras cosas de las que me
contó y que me dejó deslumbrada fue
acerca de sus relaciones tan abiertas con las personas de otras facciones.
A diferencia de la mayoría de ciudadanos,
Luhan no se encerraba en el grupo de los eruditos: siempre buscaba hablar y
hacer amigos con otras personas con diferentes costumbres a las nuestras.
Creo
que no existía en toda la escuela, por no decir en toda la ciudad, una persona
que fuera tan tolerante y sociable como él.
Él no solamente era muy guapo, con su piel
morena, las ondas negras de su cabello, su brillante mirada y su sonrisa
reluciente, sino que poseía una manera de hablar muy atrayente.
Pienso que toda esa diversidad de amistades lo
indujo a que su actividad favorita sea cuestionar el sistema.
Criticaba a Erudición desde los detalles más
mínimos, desde por qué las familias eruditas no podíamos tener un perro hasta
del propio liderazgo de Jeanine Matthews. Así como a veces él relucía ciertas
cualidades positivas de las otras facciones, criticaba el funcionamiento de estas, de las características estipuladas por
cada una (de por qué un color de prenda tenía más validez que la propia forma
de ser de una persona).
Criticaba todo.
Sus críticas superficiales las planteaba
abiertamente, pero solo tres personas escuchaban sus cuestionamientos más
contundentes: sus dos mejores amigos pertenecientes a Verdad y yo. Sé que él se
expresaba conmigo en parte porque yo coincidía con sus ideas acerca de
Erudición y uno que otro cuestionamiento acerca de las otras facciones. Mi
manera de despotricar de Erudición era más sutil que la suya.
Su inteligencia emocional y social era
deslumbrante, tanto como él mismo. La
atracción que ejercía sobre mí, entonces, se volvió muy fuerte.
Y
peligroso.
Peligroso porque, para Erudición, los sentimientos
y las emociones son circunstancias que alteran el sentido de la lógica y, por
lo tanto, debemos prescindir de ellos, al menos, cuando somos jóvenes.
Sin embargo, un día, cuando lo vi entrar
al comedor de la escuela, y dirigirme una mirada y una sonrisa como
saludo, sentí cosquillitas en las partes más sensibles de mi cuerpo y un calor
intenso en torno a mis mejillas.
No había dudas: Yo estaba enamorada de él.
A pesar de todos los sentimientos que yo poseía a flor de piel, tenía que
admitir que Luhan era un poco...demente.
— ¿Sabes qué creo? —me había preguntado un
día, mientras caminábamos hacia nuestros departamentos ubicados en los
complejos habitacionales, los edificios más bajos del sector de Erudición.
— ¿Qué? — pregunté, con cierta inquietud en mi
voz. Era común que cada vez que Luhan lanzaba preguntas abiertas el ambiente se
llenaba de incertidumbre. Bien podría contarme sobre una teoría sobre el fin del mundo o sobre lo
dulce que debían saber los helados de Verdad.
—No deberían existir las facciones —dijo él.
Esa frase fue, para mí y también lo podría ser
para cualquier otro, una cachetada que se podía sentir hasta los huesos. Un
“golpe global”, como lo llamaba Luhan.
— ¿Estás loco? —le cuestioné, extrañada.
—No, no lo estoy. Simplemente creo que quizás
sería conveniente que cada uno de nosotros pudiese desarrollar un poco de
habilidad para cada facción, ¿no te parece?
— ¿Para qué serviría tal cosa?
—Para superarnos como seres humanos.
Gracias a quien sea que no había nadie en los
alrededores para escuchar aquella barbaridad. Pero había cámaras.
Así que hablé en susurros.
—No te lo tomes a mal, ¿vale?, pero lo que
estás planteando es el desequilibrio absoluto de la ciudad. ¿Un mundo sin
facciones? Por favor, Luhan. Nosotros necesitamos pertenecer a algún lugar en particular. Ser parte de algo.
— ¿Y si simplemente somos parte del mundo y no
de algo en particular?
No sabía cómo a responder a eso.
—Luhan, ¿qué sería de nuestras vidas sin una
facción a la que pertenecer? En teoría,
me estás hablando de un mundo utópico, un mundo imposible.
—Sólo es imposible porque nadie quiere
intentar construir un modo de vida diferente.
—Eso no es verdad.
—Bueno, esa es la verdad, para mí.
En ese punto, una revelación acerca de él se
hizo parte de mi mente.
Luhan no era el erudito que se sentaba durante
largas horas para llenarse de conocimientos y charlar de ellos.
Era el boca floja que siempre hablaba de más,
sin tabús, pero de forma honesta.
Luhan ya era parte de Verdad, incluso siendo
miembro de Erudición.
Darme cuenta de aquello me entristeció de
horrible manera. Traté por todos los
medios apagar mis sentimientos, pero lo veía de nuevo y todo se iba al tacho.
El tiempo pasó, mi inclinación hacia Erudición disminuyó, pero no mi flechazo.
Tanto como Luhan como Ella hicieron mi camino a la Prueba de
Aptitud mucho más difícil de lo que verdaderamente debería haber sido.
Lo llenaron de incertidumbres y de cuestiones
imprecisas.
Si había alguien que no estuvo nervioso y que mantuvo una sonrisa de oreja a oreja
durante las aplicaciones de la Prueba de Aptitud, ese era Luhan.
Si tengo que ser sincera, diría que esa locura
suya...era lo que más amaba de él.
Durante la primera noche que pasé en Osadía,
mi balanza mental fue invertida: dejé que las emociones y los sentimientos se
hicieran parte de mí.
Fue un asunto difícil pues, al cambiar mis
prioridades, la nostalgia de dejar a mi familia, la tristeza de separarme de
mis amigas eruditas y el amor que sentía
por Luhan me golpeaban por todos lados. Como si los golpes que recibiría
durante la primera fase no fuesen suficientes.
Me pregunté qué habría pasado si le hubiera
dicho a Luhan lo que sentía por él. ¿Podría haberme correspondido? ¿Podríamos
habernos cambiado a la misma facción y ser felices? Era una bonita imagen, pero
no soy de las personas cuya mente es un libro abierto y Luhan no era de
aquellos que hacía actos temerarios. Bueno, yo tampoco era muy temeraria, pero
estaba completamente segura de que el lugar donde Luhan formaba parte era
Verdad y no Osadía, conmigo.
Por un breve periodo de tiempo, realmente
sentí que la ilusión de Luhan por un mundo sin facciones tenía sentido. Las
facciones eran nuestra vida pero estas eran la razón por la que los destinos de
mis seres queridos y el mío se habían
bifurcado. La razón por la que cada una de las facciones se aísla de las otras
y hace que sus miembros también lo haga, aun cuando se supone que la unión
de ellas es el motor del funcionamiento
de nuestra ciudad.
Ser una transferida en este mundo de facciones
significa ser una traidora cuya pena máxima es ser ignorada por mi facción de
origen y no tener un contacto real con las otras divisiones.
A veces desearía que Luhan estuviera aquí,
contándome cómo sería ese mundo sin facciones que él tanto idealizaba.
Digo a
veces, por no decir todo el tiempo.
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