Capítulo 14
Me encuentro en una zona escarpada. Lo primero que veo son enormes bloques de concreto que creo que se
encuentran por todas partes; sin
embargo, a mis espaldas, observo
columnas de altos árboles, anunciando lo que aparenta ser un bosque.
Es de noche, hay una enorme luna llena, y las estrellas se niegan a
brillar más ante la espesa neblina que se comienza a formar en este lugar.
— ¿Hola? —pregunto. Mi voz hace eco.
Las hierbas a mis pies están enredadas y el piso no es del todo
uniforme. Las suelas de mis botas se están maltratando a causa de la tierra.
Estoy cerca de hablar de nuevo, cuando detecto sonidos que vienen de
algún lugar cercano.
Se escuchan como si fueran tintineos.
Si Killer estuviese aquí, diría que se escuchan como si unos
duendecitos estuvieran charlando en un idioma extraño.
Dirijo mi mirada hacia el horizonte. Es extraño, pero veo que algunos
de los bloques tienen puntos negros...
Oh, cielos. No son puntos negros.
Son cucarachas. Millones de ellas.
¡CUCARACHAS! Brama mi cerebro, como si estuviese dándome una patada desde su
ubicación. Mi cabeza da vueltas; mi cuerpo se siente demasiado tenso.
Bajo la mirada. Las desgraciadas están reptando por los bloques y se están acercando.
Pego a la carrera. Corro lo más rápido que puedo, porque sé que ellas
son más lentas que yo. En este terreno irregular, correr es muy difícil, pero
pongo todas mis fuerzas para hacerlo. No puedo permitir que me toquen.
En mi carrera, llego al bosque y mi corrida se complica aún más, pues
el terreno se encuentra invadido por las raíces de los árboles y debo saltar
todo el tiempo si quiero evitar una
caída.
No puedo voltear. Sé que si las veo, gritaré como una histérica, me
desplomaré y las cucarachas me tocarán. Entonces, estaré perdida.
Veo a la distancia un gran árbol con amplias ramas. Tengo que escalarlo, pienso. La altura
hará que las vea menos. No sé en qué más ayudará ello, pero no tengo otra
alternativa.
Trepo el árbol, agradeciendo ser alta y tener largas piernas. Mi mano
se sujeta en una pequeña rama y la otra lo hace en una más larga. Hago eso con
las ramas que siguen, mientras mis pies se ajustan a las ramas que voy dejando.
Mi ropa se va haciendo jirones, e intento ignorar el dolor que me causan las
cortaduras de las ramitas.
Cuando estoy a mitad de camino, miro hacia abajo. No puedo verlas, y
me siento aliviada. Siento que poco a poco mi respiración se va haciendo
normal, hasta que de repente vuelvo a escuchar el tintineo.
Siento una cosquillita en mi antebrazo izquierdo.
Ladeo mi cabeza como robot y miro.
El enorme hueco que una de las ramas filosas hizo en mi casaca me
muestra unas pequeñas antenas que se mueven de forma diabólica.
Las malnacidas saben volar.
Grito con todas mis fuerzas mientras agito mis brazos para que la
cucaracha se largue de mi brazo. Al hacerlo, mis piernas pierden el equilibrio.
Siento el aire recorrer por todo mi cuerpo; la brisa cerca a mi lado izquierdo
me empuja hacia abajo.
Estoy cayendo.
Vuelvo a escuchar los tintineos, y sé que significa que las cucarachas
están cada vez más cerca de mí. Cierro los ojos.
Un dolor muy profundo recorre todo mi cuerpo, acompañado por sonidos
plásticos. Mi visión se vuelve rojiza.
Quédate inconsciente, quédate inconsciente, me arrulla mi mente. Si lo hago, no seré
testigo de las morbosidades que estos animales harán con mi cuerpo.
Cierro mis ojos.
Todo es azul.
Siento que cada doblez de mi cuerpo tiene un peso, como si me hubiesen
atado piedras en cada una de ellos. Mi cuerpo se siente húmedo y mis pulmones
arden; siento un incendio dentro de mí. Burbujitas rodean mi cabeza.
Estoy bajo el agua.
Me desespero. No puedo mantener mi cuerpo estable y la superficie está
demasiado lejos de mí. Siento que con cada lucha que mi cuerpo da, me hundo
cada vez más.
No sé nadar, lloriqueo a mis adentros,
Moriré, moriré ahogada.
No, me digo a mí misma, no quiero
esta muerte.
Con sinceridad, ¿quiero algún tipo de muerte en particular?
Tengo que recordar cómo hacer que un cuerpo flote. Debo hacer ese
experimento conmigo.
Uso lo que me queda de cordura y trato de ponerme en horizontal. Lucho
contra mis pensamientos y trato de ponerme lo más quieta posible. Tiene que
funcionar.
Siento que mi cuerpo comienza a
ascender, casi levitando. Si no me muevo un solo centímetro, lograré llegar a
la superficie.
Mi nariz arde agradecida cuando siente el soplo de aire en mi cara.
Todo alrededor mío sigue siendo agua, pero estoy a flote. Debo permanecer así
de quieta o mi cuerpo se volverá a hundir. No puedo darme el lujo de gritar por
ayuda.
Intento concentrarme en mi respiración mientras espero que alguien me
divise, o que mi cuerpo llegue a tierra firme.
Agradezco a cada brisa de aire
que sopla en mi cara.
Huele horrible.
El olor es desagradable y está por todas partes. No veo nada, no veo
de dónde viene. La oscuridad es absoluta hasta que una luz azul surge del
suelo.
Un segundo más, y la luz se
vuelve anaranjada y amarillenta. Se moviliza de forma veloz y yo intento seguir
su trayectoria. Me doy cuenta de que lo que esa luz está haciendo es bordear
todo a mi alrededor y ya es demasiado
tarde para escapar fuera de la jaula que esta ha formado.
Inmediatamente, las llamas saltan. Comienza a lamer lo que encuentran
con gula, y se trata de maderos; he estado en una casa de madera desvaída todo
este tiempo.
Comienzo a sudar y sé que no se trata solamente del calor
achicharrante que produce el humo de las llamas sino porque siento el miedo que
me oprime el corazón.
No tengo cómo salir. Corro por todas partes, intentando encontrar un
agujero en el camino de fuego, pero nada.
Sin embargo, no pienso quedarme ningún segundo más. No puedo soportar
freírme en este lugar; eso sería muy doloroso.
Retrocedo. Flexiono mis piernas lo más atrás que puedo. Intento traer
una energía invisible desde mis pies hasta todo mi cuerpo, aunque todo se
complica con el terror que se aviva en mi ser. No puedo fallar.
No puedo evitar gritar mientras corro hacia la pared de fuego y el
humo viola mis fosas nasales. Mis pies abandonan el suelo y echo toda mi
energía hacia adelante, para dar el salto más alto y más lejano que puedo.
Cierro mis ojos, esperando haberlo conseguido. No siento nada, así que
sospecho que lo logré.
Cuando abro mis ojos, ya no estoy en la casa incendiada. Hay luz, pero
se trata de la luz del sol, tibia y tímida.
Estoy tirada de costado en un suelo de cemento, abrazando mis piernas.
Escucho bulla por todos lados, pero eso no me molesta. En Osadía, la bulla es
algo que se vive todos los días.
Alzo mi mirada y me doy con la
sorpresa que estoy siendo observada por muchos pares de ojos. Estoy rodeada por
muchas personas y en los ojos de algunos veo indiferencia; en otros, burla.
Pero también me percato de que se tratan de ojos familiares.
—Mírenla —dice una voz gangosa —.Pobrecita.
Las personas que lo acompañan comienzan a reírse.
Recuerdo esa voz. Se trata de Fred, un chico regordete de Erudición de
la misma edad que yo. Él era mi competencia en muchas materias de la escuela,
pero casi todas las veces yo salía resaltando. Él siempre me miraba con odio,
como si me detestara profundamente.
Tal vez fue mi idea, pero en este momento me parece que ese es el tipo
de mirada que me está dedicando ahora.
—Párate, desabrida —escucho otra voz hablar.
Yo me niego, pero alguien me alza de las axilas y me pone de pie a la
fuerza. Alzo la vista y miro a la masa de rostros que me rodea.
Son todos chicos de la escuela; todos usan ropas de tonos diferentes.
Entre ellos, reconozco las caras de mis amigos puramente eruditos y pronto
encuentro los rostros de mis tres mejores amigas: Eve, Ana y Jenny.
Me siento feliz por verlas, pero sus expresiones son extrañas.
Me miran como si yo fuese una desconocida.
¿Será por mi atuendo?, me pregunto. Nunca me han visto sin lentes y
con el cabello suelto, menos con ropas negras y muy ajustadas.
Las llamo por sus nombres e
intento llegar a ellas, pero algo me detiene. Un dolor intenso me
recorre la espalda.
Alguien me ha pateado.
Me doy la vuelta para hacerle frente a quien lo hizo, pero,
súbitamente, alguien más me jala el
cabello tan fuerte que caigo sentada al suelo. Sin previo aviso, una masa de
puñetes, patadas e insultos vuelan hacía mí.
No puedo ni gemir. Los golpes me hacen encogerme; siento el filo de
las uñas recorrer mis brazos; una persona está intentando jalarme los
pantalones.
— ¡Estúpida, hija de puta!—insultos de todo tipo comienza a aflorar de
las bocas de mis agresores.
Trato de zafarme de ellos, pero son demasiadas personas que intentan
dañarme y otras tantas que me observan solo para reírse de mí lo que hace que
se me entumezcan las mejillas. Veo los rostros de mis amigas entre el revoltijo
de miembros y noto que están quietas; sus rostros no muestran emoción alguna.
—Ayúdenme —les suplico, casi gritando.
De forma mecanizada, las tres niegan con la cabeza.
Giro mi cabeza e intento alzarme de nuevo, porque el aire me está
haciendo falta. Un puño se conecta con mi ojo y puedo sentir cómo la hinchazón
comienza a formarse en mi rostro.
Vuelvo a girar mi rostro hacia mis amigas; tal vez viendo el estado
desastroso en el que me encuentro ahora puedan compadecerse de mí. Logro ver a
una cuarta persona a lado de Eve, también inmóvil ante la golpiza.
Un cabello rojo brillante anuncia que se trata de una nueva
observadora.
—Becca —digo, pero siento que solamente es un susurro.
De repente, me doy cuenta de que las personas se están alejando de mí. Me alivia que ahora
pueda respirar, pero soy consciente de que algo más está a punto de ocurrir
para que me hayan dejado en paz.
Unas figuras negras comienzan hacerse paso a través de los demás. Al
principio, sonrío porque creo que son los miembros de Osadía los que se acercan
a rescatarme; sin embargo, mi sonrisa se destruye al observar sus rostros.
Me miran de la misma forma asqueada que mis anteriores agresores.
Veo los rostros de Toris, Killer y Blas acercase hacia mí, y sus expresiones no son
nada amables. Sus presencias no me reconfortan; me alertan de lo que está a
punto de suceder.
Ellos van a terminar el trabajo.
Toris me mira con malicia y escupe sin ninguna vergüenza.
—Nunca vas a pasar la Iniciación.
Mi cabeza me da vueltas. Veo hacia abajo y veo manchas moradas, todas
alejadas de mi cabello. Mi cuerpo no va
soportar por mucho tiempo.
Alguien me escupe. Asqueada, intento sacudirme inútilmente. Estoy tan
enfocada en limpiarme que no me doy cuenta
que Killer y Blas me han flaqueado, y ya es tarde para reaccionar. Ellos
cogen mis brazos y yo lucho contra ellos para zafarme, pero es imposible. No
soy tan fuerte como para liberarme de sus agarres.
—Acaba con esto de una vez—murmura Blas.
Lo miro, y lo desconozco. Nunca lo he visto tan lleno de odio y menos
hacía mí.
Esto no tiene sentido, pienso.
En Cordialidad, el odio es algo que nunca se llega a experimentar.
Un golpe me sancocha el estómago. Toris ha estampado su puño en mi
vientre y busca más.
No tiene sentido, me digo a mí misma. Estos chicos son idénticos a mis amigos, pero no son ellos. Tiene que
haber una explicación.
Tomo la esperanza en ese último
pensamiento. Realmente espero que no sean ellos, pues lo que voy hacer es un
acto suicida y estúpido.
— ¡Cobarde! —le grito con todas
mis fuerzas a Toris — ¡Me golpeas solamente porque estoy débil y porque
hay dos imbéciles sosteniéndome!
Toris me mira estupidizado, con su puño congelado en el aire. Antes de
que reaccione, me doblo en el aire, e ignoro los dolores punzantes en mi
espalda. Estiro mis piernas con fuerza, mientras estoy de cabeza y logro
patearles a Killer y a Blas en la cara,
al mismo tiempo.
Es un truco que el mismo Toris me enseñó.
Ambos aflojan su agarre, y me suelto. Antes de que el dolor zumbe en
mí, antes de que media ciudad se tire
encima de mí para lastimarme, logro coger a Toris por el cuello y lo tiro al suelo.
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