Capítulo 18
Reconozco el lugar en donde estoy. Nunca he estado aquí, pero sé la posición exacta de todo lo que está a mi alrededor: la noche con su luna llena, la hierba alta, la tierra escarpada, los bloques de concreto.
La última vez que
estuve aquí fue como un sueño. Ahora, soy consciente de que no estoy realmente
en este lugar, que mi mente ha desarrollado este escenario a causa del suero
del miedo.
Espero que la
consciencia me permita luchar como debería.
Tenso mis músculos y me
planto firme en la tierra. Sé que en cualquiera momento, esas malditas
cucarachas aparecerán.
Estoy esperando el
tintineo, pero no lo oigo.
Lo que escucho, además
del soplo del viento, es un murmullo gangoso y metálico que luego comienza a multiplicarse.
Muevo mi cabeza por todos lados, para ver de dónde viene y entonces diviso
sombras que viene desde el norte. Son delgadas sombras que se mueven de
izquierda a derecha, como parabrisas.
Oh.
Estoy clavada en el
suelo, incapaz de moverme. Sé que estoy
paralizada porque si lo que estoy viendo ahora lo hubiese visto antes, habría
salir corriendo, gritando y llorando como nunca antes lo habría hecho. Ahora simplemente estoy en shock.
Las veo caminar hacia
mí, con paso firme, decidido.
Son de mi tamaño.
Una serie de insultos
inundan mis pensamientos. Maldigo a Amar y a los líderes, quienes no tuvieron
la piedad de decirnos que nuestros miedos serían agigantados a mil en esta
prueba final. ¿No bastaba ya un séquito de bichos? ¿Acaso existen estos animalejos
de gran tamaño en algún puto lugar de este planeta?
Estoy enojada. Me
siento estafada.
Pero también recuerdo
que es una simulación y que cada segundo que transcurre es una oportunidad más
para ser Sin Facción. Que cada instante es una oportunidad para Erudición de
vengarse de mí.
Eso no lo voy a
permitir.
Corro hacia el bosque,
mientras escucho cómo el suelo es rasguñado por las patas de estos animalejos.
Sé que no me sirve de nada ir y trepar un árbol como siempre lo he hecho, pero
un pensamiento reconfortante me arrulla: Son
inmensas. Es probable que sean muy lentas.
Llego al primer
árbol y encuentro lo que mi mente ha
decidido que encuentre: una lanza de
hierro. En este punto, sé lo que debo de hacer para librarme de esta
simulación.
Tengo que hacer que el
miedo se vuelva peor.
Y, entonces, me giro.
Ellas están ahí,
arrastrándose. Respiro profundo, lucho contra mi asco y mi miedo, y voy a la
carga.
Sin embargo, un
recuerdo de mi libro de Entomología viene a mi mente mientras corro: las cucarachas
se desesperan cuando se encuentran lastimadas, sobre todo en sus patas, porque
les hace sentir indefensas.
No me detengo. Estoy en una simulación, estoy en una
simulación, lo repito como un mantra.
Salto tan alto como
puedo y cierro mis ojos con fuerza. Sin vista
y con el sudor recorriéndome la espalda a chorros, caigo en tierra firme
y agito la lanza por todos lados, sin mirar y con fuerza. De repente, siento
que golpeo algo contundente. Lo que sea que golpeé debo de haberla lastimado con severidad,
porque escucho un crujido y luego movimiento. Algo está raspando el suelo con
desesperación.
Abro mi ojo derecho.
Una de las cucarachas se está alejando de mí, y tengo la desdicha — y el honor
—de ver una de sus patas quebradas.
Serán enormes estos
insectos, pero actúan como si fueran pequeñas, tal como lo sospechaba.
Siento un roce en mi
brazo, como una suave caricia.
Bajo mi mirada y esta se conecta de mi brazo hacia atrás.
Tengo al animal frente
a mí. Estoy mirando su horrorosa cara.
Esta cucaracha me ha
tocado. Este enorme, sucio y asqueroso animal se ha dignado a tocarme con una
de sus antenas. ¿Y voy a dejar que lo que haga de nuevo?
—Eres una maldita
asquerosa —bramo desde lo más profundo de mis órganos.
Sin cerrar los ojos e
ignorando el temblor continuo de mi espalda, me abalanzo sobre ella, hacia sus patas. Estoy a punto de
chocar con su cuerpo, de darme el lujo de tocarla yo y que no me toque ella,
cuando todo desaparece.
No puedo creerlo. Me
libré de ellas.
Caigo de rodillas y puedo
sentir cómo unas cálidas lágrimas de alegría pasan por mis mejillas.
No duro mucho tiempo
feliz.
En un punto, la
oscuridad ya no es oscuridad; el aire se convierte en agua; el piso se
convierte en nada; mi aparato respiratorio lucha por funcionar.
Mi acuafobia me saluda
por todas partes.
No lo pienso dos veces.
Sé qué debo hacer, sé el método para librarme de esto...pero algo me detiene.
No puedo mover los
brazos ni las piernas.
Mis extremidades están
adheridas a mi cuerpo. Una larga y frondosa soga se enrolla a lo largo de mí y
ajustan mis miembros.
Intento no luchar más.
Me pongo en forma horizontal y enfoco mis ojos hacia arriba. Veo la luz
del sol afuera de la superficie y eso me
tranquiliza. Me estoy convenciendo de que muy pronto respiraré aire fresco
cuando presiento que no estoy sola en
este lugar.
Unas pequeñas olitas
submarinas han chocado contra mi cuerpo y me pongo a mirar por todos lados,
confundida. Veo un cuerpo extraño moverse
a unos cuantos metros cerca de mí, y lo hace en lo que sospecho que es
en círculos. A medida que se acerca, veo sus formas. Lo reconozco: lo he visto
en mi libro de Zoología. Es un animal extinto, una bestia con una gran
mandíbula que contiene varias filas de dientes triangulares; un animal muy
voraz.
Es un tiburón.
Por lo menos, las
cucarachas no son carnívoras.
No
lo entiendo, me pregunto a mí misma, ¿cómo este
animal está aquí, en mis miedos, si nunca lo he visto en persona? La única
explicación que se me ocurre es que el Paisaje de Miedo podría ser capaz de
detectar posibles miedos, pero si ese fuese el caso, ¿no sería el tiburón un
miedo para todos?
Entonces recuerdo lo
que estaba a punto de decirme Becca y mis pensamientos encuentran la palabra
que completan la frase.
La simulación está saboteada.
Erudición pretende
llevarme a Sin Facción empeorando mis miedos para que así mi frecuencia
cardíaca disminuya con lentitud y el tiempo que me demore sea lo más largo
posible.
Estúpidos
eruditos.
Voy ascendiendo
mientras el tiburón está cada vez más cerca de mí. ¿Terminará la simulación
cuando llegue a la superficie? ¿Se darán cuenta los líderes de Osadía que no
tiene ninguna lógica que un tiburón esté aquí cuando en la vida real es más que
obvio que nunca me encuentre con uno?
Luego recuerdo que los
líderes osados son temerarios y no inteligentes ni lógicos, como yo. Estoy pensando
en eso cuando siento el aire entrar en mis fosas nasales, al mismo tiempo que
siento una colisión en mi costado, acompañado por un dolor que nunca antes
había sentido. Grito con fuerza y me
hundo de nuevo. Veo una pequeña humareda roja a mi alrededor.
Dos cosas han sucedido
mientras perdía el tiempo analizando: Uno, el tiburón me ha mordido y me ha
liberado de mis ataduras. Dos, al morderme, me ha lastimado el brazo con sus
dientes y ahora estoy sangrando.
Oh, oh. Si lo que sé
sobre los tiburones es correcto, entonces estoy en graves problemas.
Mientras alejo los
sobrantes de soga, puedo ver la bocaza del tiburón abrirse con lentitud al sentir el olor de mi sangre
en sus huecos nasales. Lo está saboreando, claro está.
Da una vuelta más. Sé
que cuando termine de inspeccionar el perímetro, arremeterá contra mí y me
comerá con solo volver abrir su boca.
Si Erudición quiere
hacerme sufrir, no dejaré que lo haga de la manera fácil.
El
que quiere a Celeste que le cueste, pienso en mi fuero
interno.
El tiburón termina su
vuelta y se va a la carga contra mí. Yo no me alejo; espero a que llegue y
cuando siento las burbujas de su aliento estamparse en mi cara, golpeo su nariz con mi puño.
El animal baja sus
fauces. Realmente, no esperaba que yo fuera una amenaza.
No espero más y lo
golpeo en sus branquias, y luego su ojo izquierdo. El tiburón entorna los ojos
y me mira con ferocidad. Cuando parece que está a punto de acabar conmigo, el
animal desaparece y el agua, también.
Es ahí cuando noto de
que he podido luchar ignorando mi miedo al agua.
Eso es más de lo que yo
hubiese esperado de mí.
Estoy de cuclillas.
Miro a mi alrededor y siento mi nariz irritarse ante un olor desagradable, el
olor familiar de la gasolina a punto de convertirse en luz.
La oscuridad se va y
veo fuego en todas partes. Ya no tengo tiempo ni siquiera de ver por dónde ha
comenzado.
El humo se acumula y el
calor se hace insoportable. Mientras observo cómo estoy rodeada por enormes
paredes de fuego, las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas. No
logro saber qué es peor: si morir devorada por los dientes de un animal o por
las lenguas del fuego.
No sé por qué mis
lágrimas me recuerdan a Blas. Tal vez se deba
porque él nos contó que en Cordialidad no estaba permitido estar triste
y sé que, en una situación de vida o muerte como esta, tampoco debería estarlo.
Me pongo de pie y analizo a tientas el
poco espacio que me rodea, aún sin quemar. Lo que ocurre después viene de
forma aleatoria, sin analizar.
Muevo mis brazos de un
lado a otro; al mismo tiempo, las puntas de mis pies comienzan a trazar
círculos, uno por uno. Doblo y abro los brazos; giro mis dedos; giro mi cabeza
en semicírculos; mis pies se deslizan, conectándose con el suelo.
Uno, dos, tres, giro.
Mi cuerpo da una vuelta entera.
Alzo mis brazos y mis pies comienzan a moverse
en una secuencia. Un salto, cambio de posición de las manos, giro; mi pierna
izquierda traza un círculo en el aire.
Uno, dos, tres, giro.
Otra vuelta.
Otra vez, y una vez
más. Me olvido del humo asfixiante. Me
olvido de que tal vez en este momento me esté quemando viva.
Pero no me quemo. El
fuego comienza a ser menos brillante y
el calor está siendo suplantado por un ligero frío. No me detengo. Sigo
bailando y entonces, luego de una secuencia más, puedo escuchar el tic, tic en la madera, repetidas veces,
una y otra vez.
Esa es mi música. La música de mi baile.
El fuego deja de ser
visible. Puedo ver las cenizas
distribuidas a lo largo del suelo y el humo esparciéndose en el ambiente, pero
también puedo ver el cielo y las nubes unidas encima de mí.
Le sonrío a la lluvia.
Hace tiempo que no
enfrentaba este miedo.
Por un instante, me
relajo. Me encuentro en el comedor de Osadía, sentada al lado de Becca y con
Killer, Blas y Toris en frente de mí, riéndonos. La gente a mi alrededor
conversa con efusividad, como cualquier
día normal.
Estoy disfrutando de
las risas de mis amigos cuando siento un peso en la garganta.
Miro hacia abajo y veo
que en mi plato hay una pechuga de pollo a medio terminar. ¿Cómo llegó ahí, si
yo nunca como nada que contenga hueso? Entonces, siento que el aire me falta;
siento que mis pulmones me reclaman porque no sienten el aire pasar y salir. El
costado de mi corazón me duele.
Fagofobia.
Cojo el zumo de naranja
de Toris y me lo trago. No pasa nada; el zumo fluye pero el hueso no se mueve
de ahí.
Me pongo de pie y
coloco mis manos en mi cuello; es la señal que todo aquel que se atora debe
hacer para llamar la atención. Por desgracia, para mí, nadie me presta la suya.
Mis amigos y el resto
de Osadía siguen conversando como si nada estuviese pasando, ignorándome.
Comienzo a patear con desesperación la base de la mesa, a empujar a quien sea
que pase por ahí, a dar golpes en el aire, pero nada. Es como si yo no
estuviera aquí, como si ya hubiese muerto.
Este miedo proviene de
mi pubertad, cuando me atoré con una pastilla de dolor de cabeza y la sensación
de asfixia quedó grabada en mi memoria. Mi padre, siendo un médico
experimentado, me enseñó métodos que debía aplicar si me volvía a pasar algo
similar, pero desde entonces soy demasiada cuidadosa con lo que consumo.
En un microsegundo,
recuerdo a mi padre y sus métodos.
Él, sin poder
premeditarlo, me entrenó para luchar contra este miedo.
La primera forma es el
agua. La segunda es aplicar el método de empuje con alguien o sola. Ya que esta
simulación está diseñada para que nadie me ayude, debo aplicar el ejercicio yo
misma. Cojo mi silla; me abrazo a ella y comienzo a pujar hacia dentro, con
todas mis fuerzas. Puedo sentir cómo el hueso en mi garganta se mueve, pero no
hace ademán de querer salir de ahí.
Un minuto ha pasado.
Sesenta segundos más y mis pulmones no resistirán.
Sé que puedo fácilmente
esperar ese minuto y morirme asfixiada, pero no me atrevo. No me atrevo a
traumarme por el resto de mis días, porque sé que mi vida no se acabará en este
Examen Final.
Otra vez mi padre
aparece en mi mente. Esta vez, puedo oír su voz claridad: “Sólo si el método
convencional no funcionase, hay algo más que puedes hacer...pero es una forma
demasiado drástica...”
Recuerdo el método; mi
mente lo repite con rapidez. Ahora, debo aplicarlo.
Veo que del vaso de
Blas está flotando un sorbete y lo tomo. Veo un cuchillo filudo en el plato de
Killer y también lo agarro.
Sostengo el cuchillo a
la altura de mi clavícula, con la punta en dirección a mi piel. Con apremio,
hundo el cuchillo en mi carne.
Un hilillo de sangre
comienza a deslizarse hacia mis pechos, pero el dolor es lo que comienza a
tomar mayor protagonismo. Sigo hundiendo la punta del cuchillo, lentamente
hasta que siento que choca con algo dentro de mi cuello. Sin perder el tiempo,
cojo el sorbete y lo introduzco en mi carne.
El hueso aún sigue ahí,
pero puedo respirar a través de la pajita. Inhalo y exhalo, inhalo y exhalo,
hasta que, al fin, me tranquilizo.
Tengo tres segundos
para plantear mi revelación antes de que el siguiente miedo venga por mí.
Si no hubiese sabido la
debilidad de las cucarachas, no podría haberme enfrentado a ellas, como tampoco
podría haberme enfrentado al tiburón si no hubiese sabido que al golpearlo en
sus partes sensibles podría alejarlo de mí, por lo menos. Las llamas me habrían
achicharrado si no hubiera prestado atención a los movimientos de Blas en su
Danza de la Lluvia, y habría muerto asfixiada en esta simulación si mi padre no
me hubiera enseñado todas las formas para evitar morir sin aire.
Todas mis formas de
enfrentarme a este Paisaje de Miedo saboteado han requerido conocimientos de mi
parte.
Si han sido eruditos
los que han diseñado mi Paisaje, evidentemente, como miembros inteligentes e
inclinados al saber, deben haberme puesto obstáculos que solo una persona con
amplios conocimientos podría haber saltado.
Entonces, todo tiene
sentido. Todo tiene que tener un
sentido.
La única forma de
saltar estos obstáculos agigantados y tan aparentemente difíciles de superar es
enfrentarme a mis miedos de forma lógica.
Como si estuviese en
una prueba de Erudición y no en una de Osadía.
¿Hay alguna manera de
ser valiente y, al mismo tiempo, inteligente? Lo voy averiguar.
Tengo un bosquejo en mi
mente de cómo voy a enfrentarme a los dos siguientes miedos.
Me encuentro en el
baño, en cuclillas. La cabeza me da vueltas y el olor a alcohol inunda el
pequeño cubículo del inodoro.
En este miedo, estoy
borracha. Pero no es eso lo que me aterra en la vida real.
Un revoltijo de agua se
siente en mi estómago y comienza a ascender a través de mi esófago, mientras
que mi garganta se halla irritada por las fuertes náuseas. Entonces, viene.
Este miedo es el menor
que tengo, a mi parecer. Me aterraba vomitar, y tenía la loca idea de que la
sangre saldría de mi boca y moriría desangrada, pero sé que eso no es
posible....al menos, no en la vida real.
Apoyo mis brazos en la
superficie del inodoro y ayudo a mi cuerpo a expulsar el mal de mi cuerpo.
Jadeo con fuerza, y mis ojos comienzan a sentirse húmedos.
Debí saber que
Erudición no me lo dejaría demasiado
fácil. Puedo sentir el sabor salado de
mi sangre en la punta de mi lengua.
Esto no va ser
agradable.
Recuerdo a Ella, cuando
ella era unida a mí, esa vez que ella, a pesar de su fastidio de tener que
ayudarme cuando comía algo en mal estado, me decía la forma correcta de
expulsar el mal: de rodillas, manos apoyadas, cabeza abajo, espalda jorobada,
ojos cerrados, concentración en la respiración. La mente debe de asegurarse de
todo esto una y otra vez hasta que el cuerpo se canse de expulsar.
Me concentro en mi
cuerpo. Repito mi mantra sobre que esto no es real y que solo debo mantenerme
calmada; que lo que boto de mis labios no es sangre, sino algo parecido, aunque
lo parezca y salga a chorros.
Luego de unos segundos,
me siento rehidratada de nuevo y sé que este miedo ha terminado.
Ahora me encuentro en
medio del piso de combate, en la Sala de Entrenamiento.
Mi brazo derecho se
estira en el aire, una acción que no le he ordenado hacer y entonces se dobla.
Seguidamente, un
crujido.
Tomaré esto como una
práctica. Me aterra el hecho de romperme un hueso, porque cuando me caí de las
escaleras de pequeña, el dolor de mi pierna rota fue insoportable. Pero de
todas maneras, en algún momento me volveré a romper algo en mi estadía en
Osadía, ¿no?
Si
es que pasas la prueba, pienso en mi interior.
Mi otro brazo también
se alza sin previo aviso. No vale la pena luchar contra esa fuerza invisible,
por lo que dejo que haga su trabajo: dobla
mi brazo en un ángulo imposible.
Muerdo mis labios con
fuerza, evitando gritar de dolor. En la simulación de este miedo, solo me
rompía mis extremidades y Amar evaluaba que hacía ante eso. No tengo esa
confianza ahora que alguien más lógico ha diseñado esta prueba.
Me caigo hacia atrás y
trato de ignorar cómo mis piernas se mueven y se destrozan entre ellas mismas
por una fuerza que no puedo ver. No puedo evitar gemir e intentar formar un
grito considerable.
De inmediato, siento
que mi pecho se retuerce. Escucho un clac,
clac, clac y sé que son mis costillas rompiéndose una a una. Un enorme CLAC
y siento mi espalda en forma de gelatina.
Quédate
muy quieta.
Ese pensamiento llega a
mi memoria con una voz seria y del mismo modo dulzón. Es mi mamá, quien me
encontró al pie de la escalera aquella vez que me caí. El dolor de los huesos
rotos, sin embargo, es ahora mil veces más intenso.
Mamá,
grité
esa vez, y lo hago ahora, ayúdame.
Piensa
en algo agradable. Me responde.
Algo agradable en ese
entonces era recordar cuando me sentía halagada porque varias personas me
habían dicho que era la persona más inteligente que conocían. Ahora, algo
agradable es recordar los rostros de los quiero, de Becca, de Toris, de Blas,
de Killer, de Luhan, de Ana, de Eve, de Jenny.... y las de ellos, también.
Aunque ahora me desconozcan, aunque exista la posibilidad de que ellos hayan
aprobado que mi prueba haya sido adulterada, aún pienso que el afecto hacia mis
padres y hacia Ella sigue en pie.
Sigo inmersa en esos
rostros sonrientes en mi mente que no me percato que mi nariz ha adoptado una
forma extraña. Siguen sonando los clac,
clac, clac y sé que son mis dedos.
De repente, pienso en
Killer, específicamente. Pienso la forma tan energúmena de cómo consume sus piezas de pollos y cómo hace sonar los
huesos entre sus dientes de forma tan sonora y desvergonzada. No es que esté
pensando que soy una pieza de pollo y que Killer me esté almorzando...
La alucinación es tan
graciosa que comienzo a reír con fuerza.
Mi risa es como una
alarma para los sonidos. Se detienen y el dolor también lo hace. Mi espalda
siente un estirón y sé que mi columna está de vuelta, como nueva. Me siento y
contemplo la oscuridad.
Sonrío.
Lo erudito aquí no fue
pensar en algo agradable o en algo gracioso: es escuchar a alguien más sabia
que tú y seguir sus consejos.
Alguien que te quiere
nunca querrá que actúes haciéndote daño.
Con ese pensamiento,
sigo al siguiente miedo.
Supongo que Ella o quien sea que haya hecho
esto debe haberse divertido empeorando
este miedo.
Me encuentro ovillada y
rodeada por rostros conocidos, pero todos están combinados: veo a los chicos de
mi escuela, y también veo a los chicos de Osadía.
Me levanto con lentitud
y miro a todos lados. Me encuentro exactamente en el medio de una multitud de
gente, todos observándome con desprecio o con odio.
—Mírenla —escucho la
voz gangosa de Fred —.Pobrecita.
Me volteo para verlo.
Usa un apretado traje azul y se ve más regordete que la última vez que lo vi. A
su lado, está Toris, quien ríe de forma desadaptada.
Alguien me escupe. Alzo
la punta de mi chaqueta de cuero y me
limpio.
Luego, una lluvia de
papeles y escupitajos llueven por todas partes.
Alguien vestido de
negro y blanco proclama diversos insultos, y otras palabras parecidas comienzan
a llegar también.
Ajá. Noto que hay un
patrón en esta escena.
Los que me lanzan
papeles son mis compañeros eruditos; los que me escupen son los osados; los que
me vituperan son de Verdad. Naturalmente, mis compañeros de escuela de
Cordialidad me miran, indiferentes; los de Abnegación no se ven por ningún
lado.
Hasta para una agresión
tiene que haber cierta lógica.
Fred toma la palabra.
— ¡Vamos a enseñarle a
este hija de puta su lugar en este mundo!
Sé lo que viene: los
puños y las patadas con direcciones hacia a mí. Esta vez, no puedo permitirme
caer.
Me zambullo entre los
puños y trato de no tropezar con las patadas. Me dirijo hacia donde hay más
cordiales, porque sé que ellos no harán nada ni para agredirme ni para
defenderme. Me movilizo entre ellos y trato de zafarme de los arañazos y los
tirones de pelo de mis agresores. Empujo con fuerza a unos cuantos cordiales y
me muevo entre la muchedumbre interminable. Me sumerjo entre las ropas cálidas
e intento que mis agresores me pierdan de vista.
En mi huida, llego a un
segundo círculo despejado, al igual que en donde estuve antes. Es como si este
círculo también hubiese estado destinado para mí.
Estoy a punto de
cruzarlo cuando algo clama mi atención.
Un rostro familiar está
de pie en la esquina de donde pretendo cruzar.
Es imposible no
detenerse ante esa cara, ante esa mirada radiante. Su cabello ondulado negro y
su piel color café parecen tener un brillo propio. No lleva puesto ropas azules
como lo recuerdo; tiene, en cambio, un pantalón negro y una camisa blanca como
vestimenta.
Se ve mucho más guapo desde
la última vez que lo vi.
—Luhan —murmuro.
Sonrío, pero él no me
corresponde. Me mira de forma insondable y sus labios forman una perfecta línea
recta.
Nunca lo he visto
mirarme así.
Estoy intentando
procesar esto cuando escucho una voz de triunfo.
— ¡Ahí está!
Volteo y veo a la turba
de gente sedienta de golpes. No reacciono a tiempo y alguien me jala de los
cabellos. Caigo de rodillas al intentar zafarme pero ya es demasiado tarde.
Comienzan a jalarme de los brazos y de las piernas. Yo lucho, pero mi
incapacidad ante esta turba me hace saltar lágrimas.
Miro en dirección a
Luhan.
—Ayúdame —le suplico.
Me sorprendo cuando él
niega con la cabeza.
Eso me destroza el
corazón. Puedo sentir cómo alguien toquetea mis pechos mientras que otro comienza a patearme de
costado.
Me doy la vuelta y
golpeo a alguien en la mandíbula. A quien golpeé, fue quien sostenía mi cabello
por lo que me suelta y yo salto lo más alto posible para alejarme de la turba.
Al darme la vuelta, veo
a todos los que están mirando y no hacen nada. Veo a Luhan, y veo a Ana y a
Jenny cerca de él, mirando con esa misma indiferencia.
Siento mucha cólera.
Veo un puño que intenta
conectarse con mi rostro pero no se lo permito. Cojo de la muñeca ese puño y
veo que es Blas. Estoy tan fuera de sí que no dudo en tirarle un rodillazo en
los testículos.
Killer, Toris y Fred
están cerca de él. Me miran con desdén y se van a la carga, con las demás
personas enfurecidas. Killer, quien está delante de todos, pretende cogerme,
pero yo doy con toda mi fuerza en mi puño hacia su estómago y logro empujarlo
hacia atrás. Al hacerlo, algunos se chocan con su espalda y tropiezan
ligeramente.
Fred, quien casi
tropieza con el cuerpo de Killer, grita:
— ¡Todos te odiamos!
¿Los escuchaste bien? ¡TO-DOS-TE-O-DIA-MOS!
Lo miro de forma
penetrante. Una conexión se hace en mi cerebro, una conexión formada por la
ironía.
—Yo sé por qué me
odias.
Puedo escuchar cómo
algunos comienzan a mirarme, sorprendidos, sin entender lo que acabo de decir.
—Yo sé por qué me odias —repito, con más energía
y me doy el lujo de mirar a todos a mi
alrededor, de contemplar su confusión.
—Yo sé por qué me odias
—vuelvo a decir con más fuerza y miro a Toris—.Porque odio es lo que todo el
mundo ha visto hasta ahora.
Si antes no recordaba
que estoy en una simulación, ahora lo tengo presente. Sé que el verdadero Toris
no me miraría de forma aterrorizada. Mi verdadero amigo me sonreiría y lanzaría
un bufido de satisfacción.
Me pongo en medio de todos. Me muevo de forma sensual,
de una forma que nunca habría hecho antes delante de tanta gente, mientras canto con ritmo:
—I know why you
wanna hate me… I
know why you wanna hate me… I know why you wanna hate me…Cause hate is all the
world has even seen lately…
Intento corear de
nuevo, pero un rugido de guitarra eléctrica que se escucha a la distancia me lo
impide. Una voz entrenada corea aquella
parte que yo canté, pero mucho con mejor ritmo.
Qué diferencia es
escuchar música en vivo que con el reproductor.
Veo luces a las
distancias, los parlantes y a una banda encima de un enorme escenario.
Adelante, veo gente que canta al son de la canción y noto que la gente que me
ha estado lastimando comienza a huir.
Oh,
vamos. No pueden irse sin presenciar el acto final.
¿Qué me había dicho
Toris que hicieron en esta situación? En
resumen, patearles el trasero.
Viene un estruendo de
guitarras muy fuerte y mis agresores intentan taparse los oídos. Veo a Luhan
resbalar y a mis amigas eruditas tropezarse con sus piernas al intentar
escapar. Mis amigos osados se escabullen, por lo que solo quedan mis compañeros
de escuela. Sin pensarlo dos veces, me muevo al son del estruendo de la
guitarra, haciendo que mi cuerpo tire patadas y puñetazos por todos lados. Mi
baile es agresivo y burlesco, pero
gratificante.
Golpeo todo lo que se
halla en mi camino hasta que finalmente
me encuentro con un nuevo grupo de personas. Ellos sonríen al verme y me siguen
el ritmo.
Rio con todas mis
fuerzas y salto tan alto como puedo hacia ellos, quienes me levantan y me hacen
nadar sobre sus manos. Alzo mi cabeza y
me da la impresión que el cantante me
está sonriendo. Sólo sé que es él, aunque nunca lo he visto. Aúllo
mientras alzo los brazos en puños y hago
muecas.
¿Cómo superar el miedo
a la humillación? Haciendo el ridículo.
Presiento que este
miedo ya está superado.
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